¡ Virgen Santa del Carmelo, acogenos bajo tu manto!

VIRGEN DEL CARMEN, TE PEDIMOS POR EL PROGRESO ESPIRITUAL Y MATERIAL DE ESTE ¡TU CHIVILCOY!

Segundo Domingo de Cuaresma



Queridos hijos e hijas de mi amado corazón de padre

Ya estamos avanzando dentro del tiempo cuaresmal, y la lectura del Evangelio, nos invita a meditar en la Transfiguración del Señor. Para nosotros es una alegría saber que al final de esta vida podamos contemplar a Cristo en su gloria, y nos alegra saber de antemano como estaremos delante de Él, con nuestros cuerpos transfigurados, por lo tanto contemplando este texto, disfrutemos de lo que será el cielo si nos mantenemos en exultante espera, guardándonos de caer en pecado, y liberándonos de todo aquellos que nos aleja del Señor.

«El Señor, después de predecir su Pasión a los discípulos —dice Santo Tomás—, les exhortó a que le siguieran por el camino del sufrimiento. Ahora bien, para que una persona ande rectamente por un camino es preciso que conozca antes de algún modo el fin al que se dirige: como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso; pero el fin agradable... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos» (Sto. Tomas de Aquino).

Nuestra vida es un camino hacia el cielo. Pero es un camino que pasa necesariamente por la cruz, «ya que el mundo no puede salvarse sino con la Cruz de Cristo» (San León Magno). Es un camino que nos lleva a luchar contra corriente hasta el último momento de nuestra vida. Y también quiere el Señor confortarnos con la esperanza del cielo, especialmente cuando las dificultades arrecian y puede venir el desánimo. Vamos velozmente hacia Dios, y el dolor y la contradicción, cuando se presenten, no pueden durar mucho. Pensar en lo que nos espera nos ayudará a ser fuertes y perseverar. «Está bien que sirvas a Dios como un hijo, sin paga, generosamente. Pero no te preocupes si alguna vez piensas en el premio» (Camino, n. 669).


San Beda, comentando este pasaje, dice que el Señor, «en una piadosa permisión, les permitió gozar durante un tiempo muy corto la contemplación de la alegría que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad» (San Beda).


Pedro recordará hasta el final de sus días ...cuando desde aquella magnífica gloria se le hizo llegar esta voz: Este es mi Hijo querido, en quien me agradé, esta misma voz la oímos nosotros enviada desde el cielo estando con El en el monte santo (2 Ped. 1,17-18). El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el monte fueron sin duda una gran ayuda en tantas peripecias difíciles de la vida de Pedro.


En nuestra vida, especialmente en los momentos más ásperos, cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente, «a la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad» (Camino, n. 139). Allí «todo es reposo, alegría y regocijo; todo serenidad y calma, todo paz, resplandor y luz. Y no luz como ésta de que gozamos ahora, y que, comparada con aquélla no pasa de ser como una lámpara junto al sol... Porque allí no liay noche, ni tarde, ni frío, ni calor, ni mudanza alguna en el modo de ser, sino un estado tal que sólo lo entienden quienes son dignos de gozarlo. No hay allí vejez, ni» achaques, ni nada que semeje corrupción, porque es el lugar y aposento de la gloria inmortal...


»Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, de los ángeles..., todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas del demonio ni a las amenazas del infierno o de la muerte» (San Juan Crisóstomo). Nuestra vida del cielo estará alejada de toda posible inquietud. No sufriremos el temor de perder lo que tenemos ni desearemos algo distinto. ¡Maestro, qué bien estamos aquí!, hace exclamar a Pedro la dicha que siente su espíritu al contemplar —de modo imperfecto todavía— la gloria del cielo. «Tranquilizaos y mirad: será una continua fiesta» (San Agustín).


El pensamiento del cielo que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria, «porque la esperanza del premio conforta el alma para realizar las buenas obras» (San Cirilo de Jerusalén), No hay un valor humano que tenga este carácter de absoluto, como lo es el de ganar el cielo. «Todo eso, que te preocupa de momento, importa más o menos. Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves» (Camino, n. 297).


Espero que sigamos avanzando este camino cuaresmal, realizando todo aquello que nos identifica como hijos de Dios, no buscando las glorias terrenas, sino con la esperanza que nos espera la alegría en la gloria eterna.


¡Dios me los bendiga!

P. Gustavo